De historia, belleza y vida

La semana pasada te hablé de mi viaje a Barcelona y te conté que había conseguido sacar cinco minutos para escribir y hacer que las emociones de esos días salieran para dejar espacio a algo nuevo. Ese algo llegó el viernes. Me fui de viaje, de nuevo. Un viaje que llevaba años deseando y posponiendo. Salí el viernes muy temprano, me subí a un tren con destino París. Por primera vez pisé el suelo de esta ciudad que llevaba años en mi lista de deseos. Recuerdo haberle pedido a mis padres muchas veces que fuéramos de viaje a París y nunca pasó. Luego escuchas que París es la ciudad del amor y que necesitas ir con la persona que amas para que sea aún más bonito todo y entonces me dije: este es mi año, ya estoy lista para ir a París.

Fue mi regalo de cumple, mi regalo por un premio ganado en el trabajo, mi regalo por todo el amor hacia mi persona. No, no me malinterpretes, no es egoísmo, ni narcisismo, es aprender a querer todos los matices de ti y saber que si tú no te amas y no te aprecias, nunca estarás a gusto en este mundo.

No sé cómo explicarte la sensación que viví al pisar París, pero aunque fuera la primera vez, tenía la sensación de haber estado allí, de que todo fuera familiar. Puede que haya pasado por todas las horas de literatura e historia francesa, por las pelis, por los libros que he leído sobre esta maravillosa ciudad. Estuve a gusto desde que pisé su suelo, boquiabierta en cada rinconcito, asombrada por su luz maravillosa, por su belleza y su vida.

Aunque tuve la suerte de quedar con una de mis amigas que lleva años viviendo allí, también intenté sacar ratos para caminar sola y perderme por las calles de París. Reservé un hotel cerca de la Torre Eiffel, pero lejos del jaleo de los turistas. Fue precioso despertarme cada mañana con esas vistas, empezar a andar y descubrir cada vez un detalle diferente, un matiz, un destello de  luz que hacía que la Torre —el faro de los turistas de la ciudad— tuviera vida y fuera capaz de manifestar sus emociones. Y así al salir por la mañana me imaginaba charlar con ella, le contaba mis planes del día y, al volver al hotel por la noche, todas las maravillas y las emociones del día, contemplando su luz.

El domingo fui andando hasta Montmartre y al llegar allí me quedé sin aliento. No, no fue por la cuesta, en absoluto, esa ni la noté porque estaba tan centrada en empaparme de todo lo que estaba a mi alrededor que ni me fijé en ella. Me quedé sin aliento por la belleza, por las vistas, por la cantidad de idiomas diferentes que escuchaba y por la alegría de ver todo el arte en formas diferentes en un mismo lugar. Bajé de Montmartre andando hasta Ópera y de allí de nuevo todo el paseo andando hasta el hotel, pasando por el Hotel de Ville, el Louvre y quedándome un buen rato delante de la Torre, en el puente del río Sena, esperando que se encendieran las luces al atardecer y verla brillar a las siete en punto.

Pura magia. ✨✨

Terminé mi viaje subiendo hasta su cima el lunes por la mañana, fue la mejor forma de despedirme de esta maravillosa ciudad a la que volveré pronto, sin duda alguna.

Te dejo una foto que saqué esa noche.

Creo haber sido la única persona en este mundo que aún no había viajado a París, pero si tú tampoco lo has hecho, te recomiendo que la incluyas en tu lista de viajes.

Un paseo por París proporciona lecciones de historia, belleza y en el punto de la vida.

À bientôt! 💕

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